Los miedos en general así como los específicos propios de la etapa infantil son un fenómeno universal que se presenta en todas las culturas y tiempos. Es por ello que se entiende que tienen un importante componente de valor adaptativo para el ser humano. Sin embargo, los miedos evolucionan con la edad.
A los 6 meses de edad el niño puede tener miedo a la altura y a los ruidos fuertes, intensos y desconocidos. Es característico en los dos primeros años de vida tener miedo a los extraños, sean personas u objetos: el miedo a los desconocidos, a ser abandonado, a ciertos objetos, a lugares no comunes. El miedo a los extraños se modula por la experiencia, siendo menor si el contacto con los extraños se realiza en compañía de personas con las que el niño mantiene un vínculo afectivo (los padres, por ejemplo), si el contacto con la persona extraña no se realiza bruscamente, sino de forma gradual, y si no es de corta duración. En la primaria infancia también es común la ansiedad por separación de la figura de apego Cuanto mayor sea la exposición del bebé a personas desconocidas menor será su temor ya que se adaptará a esta nueva situación más fácilmente, ya que es entre un año y dos años y medio que se intensifica el miedo a la separación de los padres.
Entre los 2-4 años puede aparecer el miedo a los animales, a la oscuridad, a los ruidos fuertes provocados por truenos o tormentas, por ejemplo.
Entre los 4-6 años se mantiene el miedo a los animales, a la oscuridad y a los ruidos fuertes, disminuye el miedo a los extraños pero surge el miedo a las catástrofes y a los seres imaginarios (brujas, fantasmas, monstruos, etc.). A medida que el niño crece y aumenta su capacidad cognitiva, sus miedos se vuelven algo más elaborados: miedo a catástrofes o desgracias, miedo al ridículo y a la desaprobación social, miedo al daño físico. En la aparición de estos miedos tiene mucho que ver el contacto del niño con la escuela, con otros niños y con los profesores. La evaluación de sus habilidades escolares y deportivas y la comparación de éstas con las de los otros puede preocupar al niño.
Hasta los 12 años, la preocupación por temas relacionados con la escuela (mal rendimiento escolar), la familia (posibles conflictos entre los padres), los accidentes y las enfermedades puede ser normal. A estas edades suele ser común el miedo a la muerte, a la desaparición de los seres queridos, el miedo a los accidentes, a los incendios.
Con la llegada de la adolescencia, el joven se preocupa especialmente de sus relaciones sociales y pueden surgir temores relacionados con la valoración personal. Es característico de esta época el miedo al rechazo por parte de iguales, el temor al fracaso, la preocupación por el aspecto físico y por su competencia escolar e intelectual, el miedo a hablar en público, la relación con el sexo opuesto...
Los miedos expuestos son muy frecuentes y pueden afectar hasta al 40-45% de los niños. La aparición de estos miedos y su duración, así como el grado en que interfieran en las actividades que realice el niño en los diferentes ámbitos de su vida (familia, escuela, amigos) dependerá de diversos factores. Por un lado, del apoyo que encuentre en sus padres y del estilo educativo de éstos. Es beneficioso que los padres sean vistos por el niño como apoyos y fuentes de seguridad física y afectiva. Sin embargo, un estilo educativo excesivamente sobreprotector se relaciona con el mantenimiento de estos temores y su agravamiento. Los padres deben favorecer la autonomía del niño y permitir a sus hijos alejarse de ellos para experimentar nuevas situaciones y comprobar por sí mismos lo adecuado o no de sus temores. Por otro lado, que el niño experimente diferentes situaciones (escuela, deporte, actividades extraescolares, excursiones, etc.) y conozca a diferentes personas (otros niños, familiares, otros adultos, etc.) facilitará la transitoriedad y superación de estos miedos.
¿Cuándo se considera que estos miedos son un problema psicológico?
Cuando los niños experimentan estos temores con una ansiedad elevada, evitan situaciones relacionadas con ellos y la presencia de los mismos altera el funcionamiento normal en la escuela (por ejemplo, el niño tiene problemas para concentrarse o hacer los deberes), los amigos (deja de realizar actividades con ellos debido a estos miedos) o la familia. En estos casos, estos miedos reciben el nombre de fobias y, en muchas ocasiones, deben ser objeto de atención especializada.